miércoles, julio 18, 2007

Homofilia


No sé si es porque son cerca de las dos de la mañana y mi cuerpo se resiste a subir las escaleras para echarse sobre la cama, porque el termostato de mi piso marca más de 25 grados o porque a veces das besos que piensas que jamás volverán a ser tuyos, pero siento una irrefenable necesidad de mezclar ideas, de dejar salir todo lo que ahora mismo pasa por mi mente. Así que no seré claro, a pesar de que esta vez puedo asegurar que no he fumado nada, porque estoy afrontando -creo que con éxito- un profundo proceso de desintoxicación: he dejado el estrés, la ansiedad, la mala hostia que mis compañeros de curro me achacan y el tabaco, aunque en este caso creo que lo he dejado sobre la barra de la cocina, así que voy a por él y sigo...
Bueno, al lío, nunca mejor dicho. Una de las noticias más destacadas en el erial que se ha convertido Euskadi desde que la gente ha comenzado con el horario de verano, buen invento del que no puedo disfrutar, me ha sorprendido al leer el periódico esta mañana: "Cinco adolescentes le pegan una paliza a un joven por ser homosexual en Vitoria". La cosa es grave, lo sé, pero el detalle que más me ha escamado es que los agresores en cuestión eran cinco chavales, "de unos 17 años", según asegura el periodista que firma el texto, "de origen magrebí". Al parecer, los chicos pretendían echar al agredido, un tipo de dos metros y unos 30 años, de unas piscinas municipales porque había acudido a ellas con su novio. Se encararon, los adolescentes le llamaron "maricón de mierda", él se puso nervioso, quizá harto de soportar durante demasiados años la intolerancia de una sociedad demasiado cerrada de mente, y le dio un golpe a uno. Evidentemente, fue su ruina. Le devolvieron el puñetazo, lo tiraron al suelo y lo patearon hasta dejarlo guapo.
No pretendo erigirme en la Juana de Arco del movimiento gay, ni enarbolar la bandera arcoiris para exigir el respeto que me merecen los homosexuales como colectivo. Y no lo hago, precisamente, porque no los considero un colectivo. Sería como defender a los zurdos, a los vegetarianos o a los que tienen pecas. Lo ridículo precisamente es considerar a todas las personas que se sienten atraídas por gente de su mismo sexo como un grupo diferente, pese a que muchas veces ellos mismos busquen diferenciarse. Experimento un sentimiento similar cuando escucho a determinadas defensoras del feminismo, movimiento en el que sorprendentemente tengo muchas buenas amigas. Yo creía haber nacido en un mundo mucho más abierto, con salvedades, pero en el que este tipo de historias se habían superado. Y sin embargo, diariamente me doy cuenta de que no. Siempre me digo que no es lógico que se denuncie la precariedad laboral de la mujer, que no accede a puestos directivos ni logra los mismos salarios que sus colegas; yo, al menos, he competido (entre comillas) tanto con chicas como con chicos desde que iba al colegio, cuando pugnaba por meter la cabeza en un trabajo o en busca de ascensos. Me dolería pensar que si he superado alguna vez a una mujer en cualquiera de estos ámbitos ha sido exclusivamente por mi sexo (y no me refiero a cómo funciono en la cama, que está claro que en este sentido tengo escasa competencia...).
Tengo decenas de amigos homosexuales (he vivido, salido de marcha y trabajado con ellos durante más de una década), y me encantan porque la mayor parte de ellos vive en mi mundo, en ése en el que no existen etiquetas en función de con quién te vayas a la cama, ni por razones de raza o procedencia. Por eso ignoro por qué cinco adolescentes marroquíes, que a buen seguro habrán sentido el peso de la intolerancia, de los dedos que señalan y de los prejuicios, se dedican a arruinar la vida a otra persona. Hablar de que la violencia engendra violencia supondría ofrecer una justificación a lo injustificable. Pero no entiendo los motivos que pueden llevar a cinco personas, en plena tarde de un sábado veraniego y soleado, a hacer lo que ellos hicieron. Ahí dejo la reflexión. En cualquier caso, hay demasiadas cosas en este mundo que no entiendo. ¿Será porque he dejado de ir a misa hace años? Seguro que no.
Por cierto, hace un par de semanas estuve en Madrid, en la celebración del Europride. Estuve subido en una carroza durante las ocho horas del desfile. Madrid estaba atestado, como se ve en la foto que hice y que incluyo arriba (es la calle Alcalá). Y, de verdad, lo pasé como pocas veces en mi vida. Eso sí, la mayor parte de mis amigos gays -algunos ni fueron- coincidían en que ese tipo de celebraciones han perdido el norte, han extraviado el sentido reivindicativo para ceder ante la fiesta. Desde luego, aunque disfruté como el que más, no son este tipo de movilizaciones masivas las que se necesitan para acabar con la incomprensión de algunos.

1 Comments:

Blogger Holden said...

No sólo me alegra muchísimo tu vuelta, sino que con tus textos has renovado mis certezas y mis esperanzas: con los 37 años de recuerdos de tu abuela, con la carta de María y con tus palabras. Gracias por regresar y por ser más tú que nunca.

3:53 p. m.  

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